Cuadro realizado a partir de una representación pequeña de un dibujo de Picasso, titulado Familia de saltimbanquis.
Tan naturales son la concordancia y la atracción que se dan entre unos colores diferentes denominados “complementarios”, como las existentes entre el hombre y la mujer, diferentes biológica y psíquicamente, complementarios en la nobilísima tarea de la procreación, y asimismo compatibles, debido a que comparten innumerables semejanzas por connaturalidad y una idéntica dignidad de persona, lo cual les posibilita tener unas relaciones incomparablemente más plenas que las que pueden darse entre individuos de distintas especies y entre seres no personales (cuya capacidad de relación es mucho más pobre). En el presente cuadro, el amarillo y el violeta — “complementarios”— asumen esta función significante.
A la abnegación gustosa de la madre —algo natural y común, salvo que se comporte como una madre desnaturalizada— le conviene aquí el violeta, un color profundo y sufrido en comparación con el amarillo (son valoraciones relativas; los símbolos en arte cobran sentido por medio de analogías y contrastes).
“Un típex invisible borra de la cabeza de la madre todo lo que se refiere a ella misma y sólo ocupa sitio –en el útero y en su cabeza– el nuevo ser”.1
“Sometida a la dulce maceración del embarazo, la madre lleva nueve meses de ventaja sobre el varón y ha tenido tiempo de reposar lo sucedido y calibrar el misterio”.2
El rezagado varón —rezagado en cuanto a la toma de conciencia— terminará persuadiéndose de su paternidad, principalmente a la vista del bebé en los brazos de su madre o en los suyos propios; también él madurará y sabrá ponderar el milagro de la vida.
De ambos indistintamente —del padre o de la madre— será la mano que mecerá la cuna…
El procedimiento técnico empleado en este cuadro no es el que cabría esperar, para representar un tema entrañable. En lugar de un acabado terso y dulce se ha preferido reflejar, de un modo sincero, el proceso generador del cuadro, su hacerse, su elaboración progresiva… como si las figuras hubiesen sido sorprendidas no quietas y terminadas, sino acompañando y participando íntimamente en el curso natural que surge por doquier: ¡el pasmoso milagro de la vida!
1, 2 Alfonso Basallo y Teresa Díez, Manzana para dos