Con economía de medios está realizado este retrato. No hay elementos superfluos. Todo cobra un valor significante en esta obra.
El modelado se limita a la piel humana: cabeza, cuello y manos del personaje. Trazos perfilan el vestido ―que cubre el cuerpo― y el asiento.
La figura se halla erguida sin rigidez, en una actitud que denota temple, decisión, gobierno racional. Hay frontalidad en el rostro y en los ojos, que miran serenos y pensativos al espectador. La cabeza aparece realzada por las líneas oblicuas de la caída de los hombros y por el brazo derecho (a nuestra izquierda), que o bien apuntan a la cabeza o bien son como el desarrollo vital de lo que esa mente parece ordenar. El brazo izquierdo del retratado desciende verticalmente, como significando aplomo, control; el antebrazo es paralelo al brazo del sillón y su postura sugiere la actitud de quien sabe escuchar. Los dedos, entre recogidos y extendidos, como moviéndose y cada uno con un diseño individual, denotan multiplicidad y son una imagen acorde con el talante conversador del retratado. La composición se cierra: desde la cabeza rectora las líneas descienden por los brazos, y la dirección del antebrazo izquierdo remite a la mano derecha, que es el elemento más distante adonde llega el impulso de la mente, en el ángulo inferior izquierdo del cuadro.