Frente a la dominación (apetencia propia de los adultos, que esperan lograr todo con su esfuerzo y sus obras), la admiración de los niños. Todos y cada uno de nosotros, en algún momento de nuestra vida, adoptamos la actitud de aquel que abre los ojos al mundo por primera vez y se admira.
Según Aristóteles la filosofía (amor a la sabiduría) nació de la admiración, cuando los hombres advirtieron que la realidad tiene logos, sentido, racionalidad. La realidad misma es admirable porque no es un caos, sino un cosmos; es decir, un conjunto ordenado de seres que siguen leyes racionales.
La admiración expresa una postura contemplativa orientada hacia el reconocimiento del misterio y de la grandeza del hombre y de toda la realidad. Como en el caso de la contemplación estética, el asombro implica salir de uno mismo y dejarse cautivar por la realidad. Muchas realidades (por no decir todas) pueden suscitar nuestra admiración: podemos sentirla ante un cielo repleto de estrellas, ante la belleza de una sonrisa, la complejidad del ojo humano o la maldad de una venganza…
Para admirarse no es suficiente ver, oír, tocar… El hombre deberá abandonar su rutina, superar su miopía superficial y saberse interpelado por la realidad y su misterio. Como hemos leído en el segundo párrafo, la admiración es principio de la sabiduría.
(Cf. http://recursostic.educacion.es/bachillerato/proyectofilosofia/web/A1-2a)