En una primera observación, esta obra podría parecer la imagen idealizada de una avenida de árboles. El título de este cuadro puede ayudarnos a ver aquí algo más, como un símbolo de ese orden espléndido que la naturaleza, perfeccionada por la mano del hombre, debería guardar con los planes del Creador… tal como sucedía al inicio en el Edén terrenal.
Aquí no se ha representado persona alguna; pero la presencia humana está implícita, pues es la naturaleza vegetal ordenada por la mano del hombre todo el asunto de esta obra.
El Creador dejó inconclusa la creación, precisamente para que fuese el hombre quien la perfeccionase y concluyese, haciendo al hombre de este modo partícipe de su poder creador: “tomó Yahweh Dios al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo trabajara” (Génesis 2, 15). Esta posible colaboración —consciente y libre— del hombre con el Creador se advierte más fácilmente en el mundo rural (el hombre siembra, poda y cosecha; a su vez Dios proporciona la luz solar, la lluvia, la semilla… hace germinar la semilla y crecer las plantas…).