A lo largo de esta serie de cuadros hemos visto una galería incompleta de tipos humanos encarnando diversos personajes: a indigentes, solitarios en su padecimiento y en sus carencias; a payasos, también solos —tal vez enfrentados a su drama interior— aunque rodeados de público; a un actor que trata de conmovernos con su patetismo.
Ahora vemos a este pobre pescador situado en el eje vertical del cuadro y rodeado de un amplio espacio abierto. Repárese en la vastedad gris azulada, casi uniforme o monótona, que cubre aproximadamente la mitad superior izquierda de la pintura —a un lado de una diagonal del cuadro—; la otra mitad, la inferior derecha, corresponde al ámbito de tierra firme. Éste es un modo plástico de significar dos modos de vida: el pobre pescador gana el sustento para la familia trabajando solo y frecuentemente a la intemperie: faenando en su barquichuela al frío y al calor, bajo la lluvia o el sol, con el viento y las olas o en la calma chicha…; por contraste, los suyos —el grupo familiar representado a la derecha del cuadro— conviven juntos y cuentan con el abrigo de una casa.
Esta relación o dependencia recíproca entre el pobre pescador y su familia se materializa plásticamente mediante la representación de ese mar que se abre en ángulo —comprendido entre el horizonte y la orilla— y va desde el vértice (el grupo familiar, a la derecha del cuadro) al mundo del trabajo de ese pescador (su solitaria y escuálida figura, ligada a su barca: su principal herramienta): también así se significa la dirección de salida o la partida del pescador en busca del sustento familiar. A la inversa, esa misma representación del mar es afín al perfil de un embudo… y señala el término de los esfuerzos del pobre pescador: el retorno a su familia con el producto de su trabajo.
Esta serie nos ha ofrecido imágenes del pobre, del indefenso, del débil, del atormentado, del que sufre… Pueden ser los excluidos, los olvidados en la sociedad materialista del bienestar y del consumo, que exalta el éxito fácil y el “pelotazo”.
Pueden ser el contrapunto del brillo aparente, del placer identificado con la felicidad.
Pero quizá puedan ser vistas como imágenes alegóricas de los seres con carencias espirituales significativas… pues “nadie tiene bastante de lo que no desea”…. de lo que no valora.
En las sociedades opulentas de Occidente se da la mayor de las pobrezas: la soledad, la falta de amor, la carencia de sentido en la vida (existencias espiritualmente vacías).