El presente cuadro constituye, desde su pequeñez y limitación, una constatación plástica de la maravilla de la naturaleza, de esa formidable efusión del logos que es la armonía de la Creación.
Aquí se han fijado unas imágenes que sugieren los aspectos cambiantes del cosmos, su evolución incesante y los ritmos naturales, su vigor oculto que despierta efusivo por doquier…
Aquí se percibe el pálpito de la vida, el temblor pujante y silencioso del reino vegetal… La renovación continua del cielo y de las formas terrestres por efecto de la luz y de las sombras, por la acción de la brisa que riza las aguas, por la multiforme variedad de colores y de sonidos ambientales…
La pequeñez se hermana a la grandeza y nace —este cuadro— asombrado como un cántico… y comunicado con la débil voz de una criatura; conformado por las manos modeladoras de un artífice; concebido con la inteligencia racional abierta a lo inabarcable: ¡elogio a la vida; elogio a cuanto existe; elogio al bien universal de la Creación!