La belleza de la nada

 

Una galería de Londres repasa las obras invisibles que ha propiciado la modernidad

CARLOS FRESNEDA, corresponsal en Londres de El Mundo, 13 de junio de 2012

 

Pasen y vean: el arte de lo nunca visto

Hay que frotarse bien los ojos (y estrujarse la sesera) para apreciar el valor artístico de una hoja de papel en blanco. La obra se titula 1.000 Hours of Staring, y su mérito consiste en haber soportado estoicamente y durante cinco años la mirada limpia de su autor, Tom Friedman.

A esto lo llaman “arte invisible†y no es broma. Estamos en la exposición del momento en la Hayward Gallery de Londres, a tiro de piedra de la Tate Modern, donde languidece el tiburón en formol de Damien Hirst, como vestigio temible y tangible del arte conceptual cuando aún lo veíamos…

Aquí tenemos las páginas centrales de Playboy, borradas por el inefable Tom Friedman hasta dejarlas irreconociblemente blancas. Y también los dibujos con tinta invisible de Gianni Motti, que desaparecieron a los pocos minutos. Y el lienzo donde fueron dejando su rastro baboso los caracoles de Bruno Jakob. Y el laberinto que no se ve de Jeppe Hein. Y el pedestal vacío sobre el que dejó su aura Andy Warhol. Y hasta las instrucciones de Yoko Ono para pintar en blanco:

“Levanta la mano en la luz de la tarde/ y mira hasta que se haga transparente/ y puedas ver el cielo y los árboles a través de ella…â€

Ver, lo que se dice ver, no vemos mucho (sobre todo si queremos amortizar los 10 euros que vale la entrada). Y, sin embargo, Ralph Rugoff, comisario de Invisible: el arte de lo no visto (1957-2012), asegura que la inversión merece la pena porque estamos, ni más ni menos, que ante lo nunca visto.

Atrás queda la idea del arte como algo que se aprecia o se observa. “Lo mejor del arte invisible es que deja mucho espacio a la imaginaciónâ€, asegura sin ambages Rugoff. “Esto es como el poder de la radio, comparado con la televisión. En un programa de radio, los personajes están en tu cabeza. El oyente es algo más que el espectador y participa de alguna manera en el proceso creativo. Ésa es la gran virtud de este tipo de arte, que cada uno ve lo que quiere verâ€.

La exposición arranca con Yves Klein, considerado unánimemente como el padre del moderno arte invisible, al alimón con Robert Rauschenberg y recogiendo el testigo de Marcel Duchamp (el primero en firmar una escultura de aire contenida en vidrio).

Corría el año 1957 cuando Klein inauguró en la galería Collete Allendy de París una exposición compuesta esencialmente por salas vacías. Donde el común de los mortales veía paredes pintadas de blanco, Klein apreciaba la presencia de “una sensiblidad pictórica en estado crudo†(literalmente).

La obsesión de Klein por explorar lo invisible alcanzaría con el tiempo las tres dimensiones. Acompañado en su aventura por Jean Tinguely, los dos fantasearon con la posibilidad de hacer esculturas de aire mientras recorrían las orillas del Sena. Klein colaboró también con varios arquitectos e ingenieros en una visión utópica como pocas: la arquitectura del aire. Su ideal consistía en crear paredes y techos con chorros de aire, de manera que “la Humanidad viviera en estado de gracia, libre de ocultamientos y de secretosâ€.

El no va más fue una exposición titulada El Vacío, en el que todas las superficies de una galería habían sido pintadas de blanco. En sus propias palabras, “el espacio que creamos estaba tan saturado que se podía sentir una fuerza magnética y mucha gente se sentía incapaz de entrar en la exposición, como si una puerta invisible se lo impidieraâ€.

El fantasma de Yves Klein ejerce pues de invisible anfitrión por esta otra exposición, Invisible, donde echamos de menos las famosas pinturas blancas de Robert Rauschenberg, en las antípodas del expresionismo abstracto que él mismo abanderó. Rauschenberg fue también pionero en la técnica del borrado. Eso sí, en vez de hacer desaparecer su propia obra, consiguió persuadir a su amigo Willem de Kooning para que le regalara un dibujo con ese inconfesable propósito: Erased de Kooning Drawing.

Todo esto lo cuenta Ralph Rugoff en ese catálogo escrito con tinta casi invisible, por aquello de no desentonar ni causar estridencias innecesarias en los ojos… Llegamos así hasta las Piezas a Mano de Yoko Ono, a primeros de los 60, con instrucciones deliberadamente imprecisas sobre cómo explorar el mundo invisible…

“Escóndete hasta que todos se vayan a casa. / Escóndete hasta que todos te olviden. / Escóndete hasta que todos hayan muerto…â€

Un muerto ilustre, John F. Kennedy, le sirvió precisamente de inspiración a Claes Oldenburg para proponer el monumento invisible más grande y jamás construido. La propuesta de Oldenburg, reproducida aquí a pequeña escala, consistía en una efigie del presidente del tamaño de la Estatua de la Libertad, sólo que enterrada boca abajo y bajo tierra (obviamente, para que no se viera).

Visto y no visto. Andy Warhol se apuntó también al arte invisible en 1985. Fue a su paso por su club nocturno Area, cuando se subió a un pedestal junto al que podía leerse: “Andy Warhol, USA, Escultura Invisibleâ€. Muchos lo interpretaron como un anticipo de su propia muerte…
Lo que ahora queda sobre ese pedestal es el espectro de su melena plateada.

Le preguntamos por curiosidad a una de las primeras visitantes de la exposición, que resulta ser profesora de Arte, Anne Shefield: “He venido por curiosidad, sin saber exactamente lo que me esperaba. Y la verdad, me duele haber pagado ocho libras por esto. El verdadero arte, incluso el invisible, debe ser gratis y accesible a todos, como lo es la National Galleryâ€.

En el laberinto invisible de Jeppe Hein (2005) hay una pareja de italianos, Gianni y Claudia, que juegan a perseguirse en lo que parece una sala vacía (y por supuesto blanca). Los dos rompen a reír cada vez que intentan acercarse y se estrellan contra las paredes invisibles del laberinto, marcadas con rayos infrarrojos que emiten vibraciones.

Las fotografías de gas inerte de Robert Barry o la película invisible de Jay Chung (titulada Nada es más práctico que el idealismo y rodada en 35 milímetros sin celuloide) marcan el camino hacia la instalación Aire, de la mexicana Teresa Margolles: una habitación blanca con dos humidificadores, que funcionan con agua usada para lavar los cuerpos de las víctimas del narcotráfico en México D.F… ¡Aún nos dura el escalofrío!

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