La música materializada en sonidos procedentes de muchos instrumentos o de un coro, cuando alcanza la forma idónea y logra —mediante la belleza— abrirnos a la contemplación de lo maravilloso, debe superar ciertamente dificultades no pequeñas, relacionando muchos elementos diversos, hasta configurar una unidad compleja, similar —de algún modo— a los organismos que nos muestra la naturaleza.
Eso mismo podríamos decir de tantos cuadros, obras literarias y edificios… que asumen y superan aparentes incompatibilidades y obstáculos múltiples, integrándolos en un todo único, no limitado o acabado sólo materialmente, sino enriquecido por una significación trascendente: ¡la obra de arte!
A la par de esas obras complejas —y quizá de formato grande— realizadas con muchos medios, hallamos otras de apariencia pequeña y elaboradas con elementos más simples: una pieza musical para guitarra, un dibujo…
El reto artístico, en estos casos, consiste en ser capaz de decir mucho con poco; en extraer la máxima riqueza de un tema, contando con instrumentos simples o elementales.
También aquí puede servirnos una imagen común tomada del reino de la vida: a partir de semillas, de células embrionarias, se desarrollan organismos completos; la potencialidad o la virtualidad encerrada en lo pequeño y germinal se despliega —¡magnífica!— en forma de árbol o de un animal perfectamente constituido.
El dibujo tiene no sólo una función preliminar, de estudio preparatorio para una obra ulterior más compleja. En sí mismo, el dibujo puede justificar el ser tenido en cuenta, el ser considerado como un objeto de contemplación.