El pensamiento “postmoderno”, en la era de la “verdad líquida” y de la “posverdad”, deconstruye —vacía, deshace, priva— a los actos de su significado y contexto naturales. Así lo vemos reflejado en el “arte contemporáneo”: en la mayoría de los casos, formas que poco o nada significan, que poco o nada dicen del misterio de la realidad y del hombre.
Socorramos la irracionalidad con la razón. Construyamos, al fin, lo que la barbarie contemporánea (¡ruptura y transgresión!) ha demolido: ¡la civilización occidental! (máxima expresión de sabiduría, de arte, de ciencia y de cultivo del espíritu que el ser humano haya conocido jamás).
En 1909 Rutherford descubrió —no inventó— que los cuerpos materiales, incluso los sólidos, están constituidos por ¡millones de partículas en movimiento y que buena parte del espacio que ocupan es vacío! ¿Quién se hubiese atrevido a asegurar que la madera de esta mesa, el metal de estas tijeras, la piedra de este asiento no son una sustancia uniforme y continua (como más de uno hubiera supuesto, juzgando a la ligera a partir de las apariencias), que más del 90 % del espacio que ocupa es vacío, que muchas de las partículas atómicas se mueven en su interior (electrones alrededor de núcleos de protones y neutrones), y que incluso la posición de estos elementos es difícil de fijar porque la materia se convierte en energía y a la inversa?
“Lo más incomprensible del universo es que sea tan comprensible”. En las leyes de la naturaleza “se manifiesta una razón tan considerable que, frente a ella, cualquier ingenio del pensamiento o de la organización humana no es más que un pálido reflejo” (Albert Einstein).
Un bebé prefiere un sonajero, de sonido y colores llamativos, a un cheque de un millón de euros o dólares… De modo análogo se comportan los adultos que juzgan las cosas (también el arte) sólo por las apariencias y por lo inmediato que perciben.
Limitar la función del arte a suscitar unas sensaciones o primeras impresiones en el espectador es reducirla prácticamente al ámbito de comprensión de los animales irracionales… o —volviendo al símil anterior— es convertirla en una especie de sonajero, perdiendo acaso lo más precioso —el millón de euros o dólares— y, así, la posibilidad de acceder a las regiones más dignas del hombre: su inteligencia –capaz de adentrarse en el misterio de la realidad–, su razón lógica o constructiva —capaz de organizar la materia informe y estructurar un cuadro—, su sentimiento —capaz de conmoverse y conmover, dejando una impronta del temblor vital humano, del pathos—.
La percepción superficial y rutinaria del cosmos, la sustentada en lugares comunes y prejuicios, no atisba ni el misterio ni la huella de trascendencia intrínsecos a todo cuanto existe.
La pintura objeto de este comentario es la sexta de una serie titulada Evocación del Tamuje... Después de cinco realizadas ¿hay todavía algo por decir, que justifique pintar un nuevo cuadro?... Sin embargo, ahí está la prueba de, cuando no falta el estupor ante la maravilla de la realidad o de un tema, incluso una sexta versión del mismo descubre aún más orden: cf. el análisis de este cuadro. Desde los postulados de una época que sólo valora la novedad aparente en el arte, es sin duda escandalosa la pretensión de mostrar cómo por debajo de una apariencia discreta (que no es reclamo de los sentidos como un sonajero), bajo un envoltorio formal poco nuevo (en este caso, la misma composición es común a todos los cuadros de esta serie) se halla, acaso, el millón de euros o dólares: ¡el descubrimiento del misterio, el valor artístico verdadero!