Comentario espontáneo de un espectador:
“Si lográramos separar la obra de arte de su capacidad decorativa entenderíamos mejor su necesidad”.
Los tres cuadros, Muchacha marinera o El gozo en el trabajo, Mariscadoras o La fatiga en el trabajo, La partida o Maternidad (VI), son aparentemente tres escenas que suceden a la orilla del mar; alguien poco atento podría tomarlos por representaciones costumbristas. Podemos sumar a esta serie una cuarta obra, Maternidad (III) o El naufragio. La atmósfera en cada una de ellas es trasunto de una situación anímica de los personajes representados. Consideradas en conjunto, se da entre estas pinturas, además, una escala decreciente en luz, una explicitación progresiva de las sombras, una gradual penetración en las penalidades de la vida y en el drama que a veces acompaña a la existencia humana; desde el primer cuadro al cuarto hallamos el gozo, la fatiga, la separación física temporal, el desgarro afectivo por la separación definitiva.
Indudablemente, si invirtiésemos el orden de sucesión, los cuadros irían de la sombra a la luz. No debe interpretarse como una tendencia vital o proclividad psicológica lo que son diversas facetas, visiones complementarias de la realidad humana. En la vida, como en un cuadro, las luces resaltan más junto a las sombras. Si todo en nuestra existencia fuese fácil y placentero, nuestro carácter sería endeble y quebradizo. Ciertamente ante el sufrimiento el hombre puede experimentar perplejidad y desconcierto, pero lo más oscuro y difícil de sobrellevar no son las penalidades mismas, sino el vivir careciendo de sentido, el desconocer la gozosísima razón del vivir humano, su incomparable grandeza: he ahí la funesta sombra que puede malograr el precioso don recibido; una vida de apariencia oscura o poco brillante puede ocultar una existencia luminosa, de gran valor trascendente.