El agrandamiento de las manos respecto de su tamaño natural es un procedimiento expresivo, cuyo sentido obedece al significado del cuadro. Como ya se ha dicho en el comentario del cuadro anterior de esta misma serie, desde una atmósfera casi informe, esas manos tratan de conquistar la forma, modelando… hasta aprehender el misterio que embarga la mente y el corazón del artífice.
La ejecución de una obra de arte no es inmediata (como suele suceder cuando el ser humano debe alcanzar un objetivo arduo). Es preciso pasar por un proceso creativo más o menos largo. Se dice que Beethoven acumulaba gran número de esbozos, antes de conseguir la forma acabada y excelente de sus partituras.
En el caso del arte, el dominio humano sobre la materia plástica encuentra una dificultad mayor que la habitual, pues el artista ha de pretender que todas las formas terminadas del cuadro, de la escultura o de la obra musical sean significantes: que por sí mismas hablen, signifiquen o expresen, no sólo la intención o el proyecto del artífice, sino algo del misterio presente en toda la realidad que constituye y colma el universo; realidad que puede ser conocida por la mente humana, sí, pero que supera nuestra limitada capacidad de conocer (de ahí que sea misteriosa e inabarcable). Algunos, equivocadamente, esperan del arte la mera inmediatez. Limitar la función del arte a suscitar unas sensaciones o primeras impresiones en el espectador sería reducirla prácticamente al ámbito de comprensión de los animales irracionales. Pues no, el arte es artificio, no copia de algo exterior o mera confesión de sentimientos íntimos. El arte inventa medios que facilitan la incursión cognoscitiva en lo maravilloso del ser o la accesibilidad del hombre a la sabiduría. “Si pinto mi perro exactamente como es, tendré dos perros, pero no una obra de arte” (Johann Wolfgang von Goethe). El símbolo rebasa la propia materialidad y apunta a otra realidad: dice un adagio chino que, cuando alguien con un dedo señala el cielo, el necio se queda mirando el dedo… “El idioma extranjero que todos nosotros deberíamos aprender es el lenguaje de los símbolos” (Erich Fromm).
El cometido de un pintor no es competir con una máquina —con una cámara fotográfica, con un surtidor mecánico de pintura—, ni tampoco con un insecto que recorre la epidermis de los objetos; el pintor —como ser humano que es— debería estar capacitado para construir cuadros a partir de un conocimiento de las esencias de las cosas, no limitándose a reflejar la apariencia de la realidad (la visión de una cámara fotográfica o de un insecto), o a cubrir de manchas y colores una superficie sin otro propósito que lograr una apariencia decorativa.
Una obra de arte ha de tener “alma” —impronta, trasunto o imagen sensible del espíritu humano—, además de la materialidad ordenada por un ser pensante (como es el caso de un electrodoméstico, diseñado por un ingeniero, o de un objeto simplemente decorativo, que agrada tal vez, pero que significa poco o nada).