Indigente es el que carece; todo, todo en él es carencia… como esa afección, grande, representada en el cuadro: tema único del mismo, sin más descripciones circunstanciales.
Velázquez no sólo pintó monarcas, príncipes e ilustres de la nobleza. Aplicó también su arte consumado para entrar en el misterio de los bufones —especie de cómicos cuyo cometido en el Alcázar era divertir a la augusta familia—, esos personajes pequeños socialmente que acaso vivían el drama de su insignificancia en la Corte, entre los “grandes”.
Hans Urs von Balthasar relacionaba otros personajes (el payaso, Don Quijote y el loco de Los hermanos Kamarazov, de Dostoyevski) y los veía como trasuntos o facetas diversas del Varón de dolores (Isaías 53, 3), en el que se compendian todas las miserias y debilidades humanas.
Pese a que los cuadros de esta serie, constituida por indigentes, payasos, un actor y un pobre pescador (todos ellos tienen en común el haber nacido a partir de un mismo boceto realizado a carboncillo) dan protagonismo a algunos de los olvidados de esta sociedad, quizá merezcan cierta consideración por parte de los aficionados a las artes plásticas y los inviten a la reflexión.
A esta serie podría sumarse El músico, de características propias, nacido a partir de un boceto —realizado también a carboncillo— diferente al que sirvió como estudio preliminar de los anteriores personajes pintados. El músico se sitúa en la tradición del bufón Pablo de Valladolid, de Velázquez, y El pífano, de Manet.
El trabajo manual, Lasitud, Severa admonición, Figuras fundidas. Abrazo, Figuras vacilantes prestándose apoyo, Enfrentamiento desigual son otros cuadros que prolongan ese friso de personajes anónimos pero de lacerante humanidad.