Velados en la sombra, los ojos y la boca parecen decirnos que así, como guiada por una fuerza casi ciega, instintiva, esa mujer es prototipo de la madre, esa maravilla de la naturaleza que vela y dispensa el cuidado a sus hijos, sin hacer acepción de personas (de ahí que los ojos de la niña aparezcan algo velados, como ocultando un poco sus rasgos individuales).
En una actitud de suma discreción, desde un segundo plano y medio inmerso en el fondo, el cuerpo de la madre arropa a la hija, la envuelve, la sigue por detrás, amparándola de cualquier vacilación o tropiezo.
La figura de la hija surge como una irradiación afectiva de la madre (vean esa línea inclinada que, partiendo de la cabeza de la mujer, desciende por la cabellera y el brazo izquierdo de ésta, y se prolonga por el perfil de la falda de la niña).