Centralidad del ser humano en medio de la naturaleza (de la que él forma parte): esta niña se sitúa en el eje vertical del cuadro.
Dominio respetuoso del hombre sobre esa misma naturaleza, reflejado en el ademán sencillo de la niña retratada, que ha escogido para sí una flor.
Afinidad metafórica entre la mujer y el mundo vegetal.
Cf. el comentario de los cuadros Flora doméstica y Cíclica e intemporal naturaleza.
Acerca del dominio del ser humano sobre la Creación material: el mundo está inacabado y el hombre tiene la capacidad de perfeccionarlo, si respeta el orden natural y lo prolonga… Aunque el mismo hombre puede también ejercer un dominio abusivo y destructor, como búfalo que arrasa la superficie de la tierra a su paso.
Cf. el comentario del cuadro Vestigios del Edén.
Hay una alegría del ser sano y la de ser justo, pero hay,
sobre todo, la hermosa, la inmensa alegría de servir.
Qué triste sería el mundo si todo estuviera hecho,
si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender.
(Gabriela Mistral)
La centralidad del ser humano en medio de la naturaleza tiene su traducción plástica —como se ha dicho más arriba— en el rigor compositivo geométrico: la niña ocupa el eje vertical del cuadro y es presentada de modo frontal, con cierto hieratismo estatuario, en contraste con la amorfa espontaneidad de la vegetación, que cumple una función subordinada, como de marco de la figura infantil. No obstante, la factura pictórica se hace más libre y expresiva al definir los rasgos faciales de la niña y su entorno inmediato: manera de reflejar el pathos y de hacer patente la presencia viva de una criatura humana, con todo su cortejo de pensamientos y afectos, que traslucen en este caso cierta ensoñación melancólica.