Formas que no renuncian a sugerir la tercera dimensión, el volumen, y son ricas en matices de color (vean, si no, la cabeza y las manos) se hacen compatibles con superficies de color plano (que no representan el relieve); asimismo, concurren en este mismo cuadro contornos lineales y perfiles borrosos (soluciones que parecen antagónicas). Todo contribuye a crear un ambiente de lirismo y nostalgia, condensado en esa mirada y en el calor de esas manos… Nostalgia acaso maternal, por la ausencia de un ser querido.
En su aparente sencillez, este cuadro es un caso impar. Excepcional por su lirismo extremo y, a la vez, equilibrado. Toda la materia pictórica está impregnada de alma espiritual; si exceptuamos esas pequeñas zonas del cuadro en que el soporte, papel, se deja a la vista, prácticamente no hay dos centímetros cuadrados de color uniforme. Todo vibra, todo palpita, gracias al alma comunicada por el artífice durante el proceso pictórico; nada permanece inerte, impermeable al espíritu transferido… Pero este subjetivismo, que lleva al extremo el extraer de la materia pictórica (la cera) todas sus posibilidades expresivas, no se ahoga en un formalismo inmanente; está al servicio de la comunicación objetiva de realidades espirituales, misteriosas e inabarcables del ser humano; ahonda en lo que ha olvidado, en gran medida, el “arte moderno”: la dimensión espiritual del hombre. “Las artes del siglo XX dejaron de ver al hombre como un ser con dimensión espiritual, para convertirlo en un simple objeto plástico” (José Jiménez Lozano, Premio Cervantes 2002).
Este modo de recrear artísticamente una persona (aquí un retrato) se aparta un poco del perfeccionismo; o sea, de una representación tan terminada, que muestre la persona pintada como una figura de nácar o una escultura de mármol pulido. Este otro modo, pues, sin dejar de ser ideal, se vuelve más humano y vital. La épica se ha hecho permeable a la lírica1. En lugar de haberse aspirado a un arquetipo abstraído, al que no hiciese mella el paso del tiempo, se ha permitido que el proceso ―complejo y en apariencia azaroso― de elaboración del cuadro confiera a la figura representada la imagen de estar haciéndose… de estar viva, activa… de estar pensando, sintiendo, amando…
1 Nota. Podría decirse que toda obra artística participa más o menos de la épica (descripción objetiva), de la lírica (en la obra queda reflejada la subjetividad del artista) y del drama (una obra de arte debe tener una lógica interna; debe ser algo bien construido, como los seres y principalmente los organismos de la naturaleza; o bien como un espectáculo deportivo: el buen juego, con un atinado desarrollo táctico y no como una atolondrada sucesión de jugadas aisladas, logra buenos resultados y atrae la atención del espectador). (cf. escritos del cineasta Sergei Mikhailovich Eisenstein).